EL SANTISIMO SACRAMENTO Y LOS MILAGROS EUCARISTICOS (EN TEXTO Y AUDIO MP3)




Breves y preciosos Testimonios del AMOR sin límites a Jesus Sacramentado




EN PANAL DE MIEL:


Año 1140. Clermont (Auvergne, Francia). La religión Católica está en conforme con los nobles sentimientos del corazón humano, que no es posible dejar de amarla en cuanto se llega a tener de ella un perfecto conocimiento. Si embargo, el abandono en la gente ruda, el orgullo en muchos de los que se precian de ilustrados, y el respeto humano en los demás hace que no pocos se desdeñen de recibir una instrucción religiosa a la más sabia, la más trascendental, y la más recomendada por nuestra Madre la Santa Iglesia, como indispensable para la salud eterna.

Por falta de esta religiosa instrucción muchos cristianos como no saben bien lo que han de creer, ni lo que han de practicar, ni los defectos que deben evitar, se hacen responsables delante de Dios de graves pecados cometidos, tal vez con la mayor simplicidad.

El venerable Abad Pedro G.S., refiere que un hombre rústico, para que las abejas trabajaran con más utilidad suya, determinó llevar el Divino Sacramento a la colmena, y al verificarlo, cayósele al suelo junto a la misma colmena. Acudieron al punto las abejas, y alzándolo de la tierra, lo enterraron en su cauce. No le causó esta maravilla al rústico más novedad como si no fuera cosa mas natural. Después de algunos días, pasando por el colmenal, sobreviénele un gran temor del pecado que había cometido, y deseoso de la enmienda, fuese allá y ahuyentó a todas las abejas. Miró después los panales, y entre ellos al Sagrado Cuerpo del Señor en forma de un Niño hermosísimo.

Espantado de tan raro prodigio, y pensando un rato en lo que haría, determinó llevarlo a enterrar, pues le juzgaba difunto. Al inclinarse para tomar al Niño, rodéole una clarísima Luz y desapareció entre sus manos. Todo lo sucedido contóle el rústico a su Cura Párroco, quien lo puso en conocimiento del Señor Obispo, y éste, lo refirió al Venerable Abad Pedro G. S., para que lo publicase.




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MILAGROSAS HUELLAS:


Año 940. Praga, Bohemia. San Wenceslao, duque de Bohemia, tenía una singular devoción al Augusto Sacramento del Altar; ella le hacía reverenciar a los Sacerdotes anticipándose a ellos con señales de honor y deferencia; favorecíales cuanto podía y al tiempo de la Misa se creía muy honrado en poderles servir con su propia mano todo lo necesario para el Santo Sacrificio. El intenso amor que profesaba a Jesús Sacramentado, en donde más se manifestó fue en las frecuentes visitas que, ya de día, ya de noche, hacía en los Templos para adorarle.

Caso que el Templo estuviese cerrado, se arrodillaba junto a la puerta y ahí permanecía estático en Oración. Si la distancia o la escasez del tiempo no le permitía acercarse a El, de lejos dirigía su vista hacia el Tabernáculo para ofrecer vasallaje a Dios, oculto en la Sagrada Eucaristía.


Un día nevaba copiosamente y yendo el santo con los pies desnudo para visitar el Santísimo Sacramento de las iglesias, el criado que le acompañaba se iba quejando del frío excesivo que sentía. Pon –le dijo Wenceslao- tus pies sobre las huellas de los míos. El acompañante así lo hizo y apenas dio unos pasos, comenzó a sentir que del hielo pisado por el santo rey salía un suave calor, que maravillosamente le confortaba. Este prodigio hizo entender al criado cuánto agradaban al Señor las visitas que Wenceslao le hacía en el Santísimo Sacramento.






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RESURRECCION DE UN DIFUNTO:


Siglo VI. Sarlat, Francia. San Sacerdote, Abad del Monasterio de Sarlat en Perigot, estaba en Oración con sus religiosos, cuando vino un mensajero que le anunció la muerte de su padre. El piadoso Abad fue sin pérdida de tiempo al encuentro de su madre para templar la tristeza que embargaba su corazón, pero mientras más se esforzaba en consolarla, ella le dijo con gran sentimiento: “hijo mío, tu padre no ha podido recibir la prenda de Vida Eterna, el Sagrado Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo”.

Al oír estas palabras fue mayor el desconsuelo del santo, e inspirado de Dios, se arrodilla junto al cuerpo inanimado de su padre y persevera largo tiempo en la Oración. Se levanta animado de una fe viva, toma la mano fría del difunto, y le llama 2 veces por su nombre.

A la voz ahuecada y temblorosa del contristado hijo, el padre se levanta, como si despertara de un profundo sueño, y dirigiendo lentamente la mirada a su alrededor hasta fijarla en su hijo dice: “hoy mismo ha sido mi alma separada del cuerpo sin estar fortificada con la recepción del Pan de Vida, pero gracias a los ruegos y méritos de mi hijo, Dios ha permitido resucitara para obtener esta dicha”.

Al estupor que naturalmente había ocasionado tan gran milagro, se sucedieron en todos los presentes, las emociones del más extraordinario contento y alegría. San Sacerdote se apresura a administrar a su padre la Santa Eucaristía, y en el momento que la recibe, el rostro del venerable anciano se reanima y manifiesta estar inundado su espíritu de gozo y dicha Celestial.

El hijo se arrodilla para recibir de su padre la última bendición; el padre extiende la mano hacia el hijo amado, le manifiesta su reconocimiento por medio de algunas palabras llenas de ternura y amor, y entrega luego -plácidamente- su alma a Dios.






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SORTILEGIO FRACASADO:


Año 1153. Colonia, Alemania. La ciudad de Bolonia famosa por muchos conceptos, se hizo muchos más célebre en toda la Cristiandad por un prodigio ocurrido en el año 1153, que conmovió profundamente a sus moradores.

Un joven, hijo de un judío convertido al cristianismo habiéndose acercado a la Sagrada Mesa en la festividad de Pascua quiso llevar a su casa la Hostia Sacrosanta con intención de servirse de ella para un sortilegio; mas apenas hubo salido de la Iglesia, sintiose apoderado de un terrible estupor, y no sabiendo que hacer de la Forma Consagrada si dirigió al cementerio y la enterró ahí, creyendo el infeliz que con esta acción acallaría los remordimientos de su conciencia.

El Sacerdote que le había administrado la Comunión, advertido del sacrílego intento de aquel joven le siguió de cerca, entró a su vez en el cementerio, y al desenterrar la Santa Hostia, la encontró cambiada en un Niño de admirable belleza. Tomole al punto en sus brazos con profunda reverencia para llevarlo a la Iglesia, pero de repente una Luz extraordinaria rodeó al Niño Divino, que saliendo de los brazos del Sacerdote se elevó al Cielo.





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